23 abr 2012

Llorar a gusto en Roma con la última de Woody Allen

He tenido la satisfacción de ver en Roma la última película de Woody Allen, To Rome with love, ambientada en la capital italiana. El director ha querido estrenarla en primicia mundial en la ciudad donde transcurre. Me he precipitado a verla en el cine Farnese de la plaza Campo dei Fiori, precisamente la sala que aparece en la película, situada en uno de los puntos privilegiados del centro histórico. 
Tras ambientar las anteriores en Londres, Barcelona o París, esta vez se trata de una comedia
coral de enredo entre múltiples personajes entrecruzados (incluido el propio Woody Allen, que regresa como actor), vagamente trenzados por las neurosis y el humor del prolífico realizador. La solidez del guión no pretende constituir su punto fuerte, sino la sucesión de situaciones y personajes apenas esbozados, entre ellos Roberto Benigni (a quien el maestro neoyorquino hace la reverencia de incorporarle para que encarne exactamente a Roberto Benigni, es decir un Woody Allen a la italiana) o Penélope Cruz en un intento voluntarioso de magiorata italiana.
Los escenarios romanos valen la película por sí solos, pese a ser una retahíla de lugares comunes, los mejores lugares comunes de este lado de Europa. Naturalmente la crítica italiana los ha encontrado muy comunes y ha insinuado que es la cinta más enclenque de Woody Allen de los últimos tiempos. No me lo ha parecido. Es su obra de cada año, pero esta vez en Roma, donde los mitos se desparraman en cada esquina. No ha intentado desentrañarlos, sino juguetear con ellos un rato. 
Tratándose de Italia, la ópera ocupa el protagonismo que corresponde, aunque la palma musical se la lleva la canción popular. La canción que abre y cierra la película –y que no revelaré aquí-- es el homenaje más conmovedor al país de la comedia dell’arte, del arte de la comedia y de la vida. Hacía tiempo que no lloraba a gusto con un tema musical como este, con el que Woody Allen ha deseado comenzar y acabar el trabajo. Llamarlo canción ligera o considerarla como tal sería una estupidez. Representa más bien el contracanto moderno del “Ridi, pagliaccio”, que ocupa otro lugar central en el relato del film. En la última secuencia Woody Allen vuelve a escenificar la canción de la obertura, por si a alguien le había costado entender este himno moderno, mientras uno de los personajes concluye: “Historias hay tantas; un día se las contaré”... ¡Bravo, maestro!

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