23 jul 2013

La diatriba de mi amigo amputado, alrededor de una mesa de café

Ayer encontré a un antiguo amigo por la calle y, de forma ritual, le pregunté qué tal estaba. Me contestó con naturalidad y sin sombra de reproche: “Amputado”. Dado que su aspecto externo no lo mostraba, deduje que intentaba expresar algo más elaborado y le invité a un café para charlar. Me aclaró que había perdido el trabajo y la mujer, que le habían amputado la ocupación del tiempo, los ingresos económicos, la colocación social, la compañía más cotidiana y el apoyo afectivo más directo. Lo enumeró sin sombra de reproche, una vez más. Y me preguntó con serenidad, casi con ternura: “¿Sabes lo que me preocupa más de todo eso?”. Era una pregunta retórica, claro está, una
simple preparación del terreno para su respuesta a punto de emerger. “Lo que me preocupa más de todo eso és la pérdida de atractivo que nos adjudican a los amputados, cuando en algunos casos sabemos perder con mayor elegancia y vigor que muchos ganadores de colmillos ensangrentados a la hora de administrar sus victorias en un mundo de cizaña, zarpazos y egoísmos atropellados, un mundo de mierda, incienso y mirra. Yo soy un amputado, no un imputado ni un fracasado”, martilleó suavemente sobre la mesa del café. 
Creí que me correspondía dejar flotar un silencio cordial, acompañado por una actitud de interés hacia sus palabras, sin interrumpirlas con vaguedades consoladoras de manual. Inmediatamente mi amigo añadió con la misma calma discursiva: “Algunos piensan que quienes hemos quedado solos y arruinados somos fruto de una selección natural darwiniana y resignada, por no decir merecida. Nos miran como a unos cenizos sufrientes, cejijuntos repantingados en el sofá sin gloria, grandeza ni relieve, unos mediocres acobardados, pobres y contentos, mansos y domésticos. Yo creo que derivamos más bien de la ineficiencia moral del sistema en que hemos vivido, de los valores invertidos que nos han inculcado. No voy a negarte que mi amputación significa una fuerte ruptura del equilibrio interior, un traumatismo, una alteración de las constantes vitales en condiciones duras y amargas, pero no he perdido ni pizca el interés por el trabajo ni por el amor que me han retirado. 
“No soy un parado vegetativo ni un solitario vocacional. Quizás ahora estoy incluso más activo que antes. No más feliz, pero sí más convencido de algunas cosas que me reaseguran, me recapitalizan a propósito de las calidades humanas, de la rectitud y la bajeza, de la pulpa o bien la cáscara de las cosas. Siento una ternura más irrevocable que antes, como si me hubiesen limpiado de escamas, exfoliado de las capas de verdades muertas y toda la quincallería inútil. Me parece que ahora sé vivir más, pese a las limitaciones aumentadas.
"No se trata de no desear nada, al contrario. Anhelo más que antes, seguramente con una pugnacidad imperfecta, pero más densa y palpitante. Tengo más ambición y pasión que antes, pero ya no me fio de quienes no han fracasado nunca ni de quienes utilizan despectivamente la palabra “sentimentalismo”. Tengo más paz que antes, pero eso no significa que no quiera combatir y me dedique al arte de las ostras. La soledad no es el eco sordo del pozo seco, es simplemente un vacío en tensión, fruto de lo que se vive y lo que se sueña, de los nudos que el paso del tiempo no logra deshacer. He mejorado mi comprensión de la realidad, ahora solo falta que me sirva para llegar a fin de mes y sentir de nuevo el temblor de una caricia auténtica. No puedo cambiar el viento, pero podemos ajustar las velas. ¿No te parece?”. 
Asentí con el silencio del nudo en la garganta. Avancé mis brazos hacia él por encima de la mesa del café y le abracé con fuerza, con fiereza, con un sentimiento en erupción de victoria de la vida.

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