3 sept 2013

Recuerdo intrigado del Met de la Muga, como si tuviese con él una deuda

Llevo días dando vueltas inútilmente al motivo por el que me asalta cada año en algún momento el recuerdo afectuoso e interrogante del Met de la Muga, el hombre de montaña más puro, informado, humilde, acogedor, esclavizado y a la vez libre que he conocido, un personaje anónimo que dejó huella. Toda su vida fue una peregrinación como trabajador por las masías de los remotos y lujuriantes valles de la cabecera del río Muga, en la frontera entre las comarcas del Vallespir, la Garrotxa y el Ampurdán, presididas por el altivo Puig del Bassegoda, hasta poderse asentar relativamente como encargado del molino de la Muga de Dalt. Literalmente
sobre la artificial raya de frontera entre Francia y España, era la última habitada de las 26 masías vecinas. Me condujo hasta ahí en 1982 Oonagh O'Brien, una joven antropóloga irlandesa que se encontraba en misión de tesis doctoral sobre la industrialización de la alpargata en Sant Llorenç de Cerdans, mientras yo preparaba un libro sobre la frontera.
Sin el afecto de la joven irlandesa no habría detectado algunas cosas importantes de esos lares, no los habría amado de la misma forma y hoy no los recordaría como lo hago. Empezando por el Met de la Muga y su mujer Núria, que Oonagh O'Brien me presentó en el molino, muy cerca del nacimiento del río: “El terreno llora y el agua va viniendo”, según me lo definió Met.
A partir de ahí y durante 5,5 km la Muga actúa de límite fronterizo francoespañol. El río de las temibles mugadas brota en aquel punto, antes de marchar a desembocar al golfo de Roses y formar las marismas de Castelló d'Empúries, a lo largo de 58 km de curso, tras embalsar en Boadella y protagonizar muchos regadíos del Alto Ampurdán, conjuntamente con sus afluentes del Álguema, el Anyet, el Arnera, el Llobregat d'Empordà, el Manol, el Orlina y el Ricardell. El poeta Carles Fages de Climent utilizaba el pseudónimo de Lo Gayter de la Muga para encubrir sus acerados epigramas.
El molino de la Muga de mi generación ya no era un molino. Tampoco era un hostal, aunque Met y Núria preparaban comidas con frecuencia. Pollos y conejos iban directos de la libertad más absoluta a la cazuela.
Nos dejamos caer con Oonagh un día en que la sociedad de cazadores de Elna, que solía disparar por estos rincones, celebrava su repeix o comida anual. Aprendí muchas cosas y muchas formas de decirlas, la mayoría selladas por el voto de discreción propio de los pasos de frontera.
El molino de la Muga, por su enclave estratégico y apartado, siempre fue refugio de carlistas, trabucaires, contrabandistas, leñadores y carboneros, a parte de excursionistas, cazadores y buscadores de setas. Todos se arremolinaron y recuperaron fuerzas en alguna ocasión ante su chimenea o en su pajar. La última incursión que costó la vida al maquis Quico Sabaté salió en diciembre de 1959 de esta casa. 
Volví al cabo de unos meses por otra comida de hermandad más inesperada aun. Gracias a los informes sobre mi honorabilidad emitidos por el alcalde de Cerbère, el inolvidable Janot Martí, pude asistir como periodista observador a la revisión anual de los mojones de frontera entre los agentes de la Guardia Civil y la Gendarmería, acompañados por los alcaldes implicados.
Dado que las piedras numeradas que marcan la línea de demarcación no suelen moverse y como mucho piden una mano de pintura, los uniformados y ediles de ambos lados daban pronto la misión por cumplida. Firmaban el atestado correspondiente y pasaban al objetivo primordial del encuentro, la comilona preparada por Met y Núria en el molino.
Tras dejar las armas de fuego, los tricornios y los kepis en el colgador de la entrada, nos colocamos todos revueltos en la mesa. Los gendarmes solían ser originarios de esta misma región y los guardias civiles del sur de España, por lo que me encontré ejerciendo de traductor simultáneo entre el catalán rosellonés vivaz y el andaluz castizo a lo largo de un ágape muy bien provisto. En agradecimiento, el amable gendarme Robert Bocassin, del puesto de Sant Llorenç de Cerdans, me envió por correo la foto adjunta como recuerdo (soy el cuarto por la izquierda). 
El Met de la Muga murió en 1992 en el molino que regentó durante 29 años, angustiado porque querían echarle. Escribí un artículo necrológico en el diario, intuyendo que sería uno de los pocos recuerdos escritos sobre aquel hombre excepcional. En octubre del mismo año muchos de sus amigos y beneficiados se reunieron  para descubrir en el mas Sobirà de la vall de Ribelles (Albanyà) una placa de piedra que reza: “Per en Jaume Farcy i Vila, en Met de la Muga, Oix 6-6-1916-Hostal de la Muga 23-5-1992. I a tots els homes i dones que han viscut l’eternitat en aquestes terres”. 
Está bien expresado. Hoy el molino de la Muga se encuentra deshabitado y ruinoso, igual que el mas Sobirà, mientras el recuerdo del Met de la Muga me vuelve inexplicablemente cada año, como una deuda de gratitud pendiente y rejuvenecida. Jaume Farcy Vila y Núria Naspleda Massanella tuvieron dos hijos, Marcelino y Sidro.

0 comentarios:

Publicar un comentario