25 jun 2014

La mitad del claustro de Cuixá sigue en Nueva York

La mitad del claustro románico de la abadía de Sant Miquel de Cuixá (Prades, Francia), fue comprada a piezas a partir del año 1907 por un marchante norteamericano y hoy se contempla en el museo The Cloisters de Nueva York, la sección de románico y gótico del Metropolitan Museum of Art (MET). No es la única joya de la arquitectura medieval europea que exhibe, reconstruida con piezas auténticas. El monasterio de Cuixá fue abandonado en el momento de la Revolución Francesa de 1789 y víctima del saqueo. La restauración se inició en 1950 gracias al servicio de Monumentos Históricos franceses y se vio relanzada por la pequeña comunidad benedictina de Montserrat que se instaló a partir de 1965. En 1972 el gobierno
francés prohibió a dos de los monjes, Raimon Civil y Josep Fillol, residir en los departamentos fronterizos por “no haber observado la estricta neutralidad que todo extranjero debe mantener en Francia”. Con el paso del tiempo, el benedictino Raimon Civil asumió a partir del año 2000 el cargo de prior de Sant Miquel de Cuixá, una comunidad compuesta por tres monjes catalanes, un milanés y un alsaciano. El paso del tiempo, por el contrario, no ha podido hacer nada con las piezas originales, capiteles y arcos tallados en mármol rosado, emigradas a Nueva York.
La mitad del claustro de Cuixá sigue siendo uno de los descubrimientos más sorprendentes –y más recomendables-- en un extremo de Manhattan asomado al río Hudson. Muchos visitantes de Nueva York lo ignoran, inclusive los catalanes. Como escribía Josep Pla en 1954 a raíz de su viaje a la ciudad de los rascacielos: “El claustro de Sant Miquel de Cuixá es un descubrimiento real, teniendo en cuenta el silencio que el hecho ha merecido entre esa infinidad de periodistas de consigna y olla, desprovistos de la más mínima curiosidad, que han pasado por Nueva York los últimos años”. 
La otra mitad se sigue contemplando en el lugar donde va fue construida el siglo XII, al pie del Canigó. Ambas provocan hoy la misma sorpresa, por motivos distintos, cuando no se está desprovisto de aquella mínima curiosidad a que aludía Pla. 

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