8 ago 2014

El último disco de Rocío Faks, por los poros maravillados de la música

Ayer fui a escuchar el concierto de la cantante Rocío Faks en el bar musical barcelonés Mandacarú. Aproveché para comprar su último disco “De los días, los más lindos” dedicado al folklore argentino, un género riquísimo y renovado por las actuales generaciones, también en Barcelona. La cantante tuvo la amabilidad de pedirme la opinión cuando lo hubiese escuchado y yo me comprometí, tal vez de forma insensata, a dársela. Algunos oficialistas deben pensar que el folklore se ha de interpretar con instrumentos tradicionales y una voz terrosa. Rocío Faks, en cambio, lo acerca al jazz. No tendría mayor importancia si no fuese por la calidad del resultado. Cualquier música puede acercarse a cualquier otra y el mérito no radica en el intento, sino en la capacidad de maravillar inesperadamente. La excepcional vigencia del folklore argentino no deriva tan solo del elevado valor de sus clásicos, sino también y sobre todo de la aportación de las nuevas generaciones. Una prueba rutilante es este último disco de Rocío Faks, argentina instalada en Barcelona desde
2003. Precipítense a escucharlo con los poros de la mente abiertos, se encuentra en Spotify.
La disposición de los poros no es indiferente, porque la opción musical de Rocío Faks desconcierta el canon asentado, antes de maravillar inesperadamente. Su voz no se inscribe en aquella vieja ortodoxia terrosa. Los arreglos que primeramente desconciertan y acto seguido maravillan son del pianista menorquín Marc Mezquida y del contrabajo Paco Perera, con Salvador Toscano y Gaddafi Núñez en la percusión, y la colaboración especial de Antonio Serrano en la armónica, que suena como el mejor violín (se sumó el saxo de Gorka Benítez en algunas actuaciones, no en el disco). 
Es posible que el disco altere el ritmo, la armonía y muchos complementos de los grandes temas del repertorio del folklore argentino (con sabias incorporaciones de algún autor uruguayo y cubano), como ya presagiaba Rocío Faks en la reinterpretación de la “Zamba del laurel” incrustada en su disco anterior “Everness”. El mérito es precisamente ese, girarle las costuras a los grandes temas y que el resultado no sea solo original o innovador, sino tan atractivo o más que las versiones conocidas. 
En música, como en casi todo, la inacción, el quietismo, la pasividad o la retracción significan la puerta de la fosilización en los museos del prestigio. Los canonistas penitenciales, los convencionalistas cejijuntos que circulan con las luces cortas y el luto de Antígona, inmunes al tic-tac del paso del tiempo y a las dimensiones de la aventura humana, tan solo atentos al rebote sordo de su neurona bloqueada al chocar con las paredes blandas del canon, considerarán posiblemente el trabajo de Rocío Faks y de su generación como el de unos rastaflautas, unos frikis extravagantes. 
Claro está, representan dos tendencias musicales con mapas y pasiones diferentes. La primera tiene el entendimiento delgado como la ranura de una hucha y la suntuosidad muerta de las estatuas de las iglesias, como una caparazón vacío prodigiosamente dibujado por la naturaleza, pero vacío. La segunda prefiere la opción perturbadora por encima de la imperturbable, los placeres intensos de la mirada vital y al mismo tiempo exigente.
Los grises tienen a menudo una gama más amplia que los blancos y negros. Al final, cada uno es fruto de lo que vive y lo que sueña, de las plusvalías y las minusvalías de su camino, de los nudos que el paso del tiempo y la evolución de la especie han alcanzado a deshacer o no. No se trata de una batalla técnica, sino del propio sistema nervioso de la creatividad musical o de la creatividad a secas. 
Los canonistas ortodoxos temen a la innovación como si les clavasen una alfiler en el corazón. Mantienen la versión asentada de las cosas como quien acaricia las teclas de marfil del piano, con un aliento lírico preciosista, como si cada nota y cada palabra fuese una lágrima derramada, quizás la última. Ven en los innovadores una desmesurada voluntad de originalidad sin nada de sólido detrás, no como una restitución de la justicia creativa, como un elemento indispensable de supervivencia y regeneración de los secretos del corazón humano, de los enigmas de la belleza y su lenguaje para que que la música siga emitiendo radiación con un talento y una pasión renovados, una ansia de conocimiento inextinguible. 
Algunos géneros y algunos intérpretes aparecen como un elemento afortunado de la cadena de la evolución musical, ingredientes precisos que pueblan en estado molecular el imaginario de la música, su misterio y su grandeza. Rocío Faks y su último disco “De los días, los más lindos” son una vibración, una fibrilación resplandeciente de esa clase.

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