30 ene 2015

Escuchar el ritmo luminoso de los versos de Hölderlin, no solo leerlos

El joven se dirigía un día de verano a Biniali, en la costa sur de Menorca, con el manuscrito bajo el brazo de su traducción al catalán del Hiperión de Friedrich Hölderlin. Acudía a casa del maestro Santiago Olives a pedir consejo. Se acomodaron con un refresco de limón en el jardín, un huerto rodeado de muros bajos y punteado por cuatro arbolillos. El maestro, en vez de disponerse a recibir las preguntas del visitante, le pidió que leyera en voz alta algunos fragmentos de la traducción. Y el visitante dijo: "La terra estimada de la pàtria torna a omplir-me de goig i de tristesa. M'enfilo cada matí als cimals de l'istme de Corint i, com l'abella entre les flors,
la meva ànima vola sovint d'un mar a l'altre: el mar que a dreta i esquerra banya, amorós i fresc, els peus de les muntanyes enceses".
En la versión definitiva de este arranque del libro, la traducción realizada por Jordi Llovet varió ligeramente. Me habría gustado asistir a la lectura en voz alta en el jardín del profesor Santiago Olives, al coloquio entre dos figuras de generaciones distintas: el mejor traductor de Platón --sabio asimismo en romanticismo alemán y poesía clásica inglesa-- y el traductor riguroso y apasionado de Hölderlin, Kafka, Rilke, Musil, Schiller, Valéry, Flaubert. 
Soy de los que piensan que la literatura y en especial la poesía perdieron con el invento de Gütemberg, con el abandono gradual del recitado, de la palabra en expresión genuina. Jordi Llovet declama de forma brillante, como saben sus alumnos y sus amigos. Él afirma que prefiere el soneto por encima de otras formas literarias porque los catorce versos tienen la longitud justa para ser leída en voz alta a lo largo de la distancia que le permite el pasillo de su casa (deduzco que mi inclinación por el epigrama debe estar relacionada con las dimensiones de la mia). 
En mi juventud aun escuché a rapsodas profesionales, quiero decir que recitaban poesía en público como actividad especializada. El oficio se ha extinguido prácticamente. Ahora solo recitan en voz alta algunos ilustrados en privado. Si lo hacen bien, la rareza se convierte en una joya. Es preciso jugar correctamente con el ritmo de los acwntos fonéticos, hacer sonar la rima sin cantinelas. Imagino que la lectura del Hiperión por parte de Jordi Llovet en el jardín menorquín del profresor Santiago Olives fue un gran momento de la literatura, de la palabra. 
En una ocasión paseaba por la ciudad italiana de Trento –cuyo esplendor renacentista remite al período en que era gobernada por un obispo— y recordé una frase de Jordi Llovet en el libro de conversaciones de la colección Diàlegs a Barcelona: "Hay tres elementos de la ciudad que siempre me han parecido imprescindibles: un obispo, una gran biblioteca y una sauna". 
El obispo que gobernaba Trento estuvo perfectamente a la altura de los príncipes de otras ciudades italianas, les bibliotecas y las saunas supongo que también. Al regresar a Barcelona encontré en el correo unas décimas que me enviaba Llovet en respuesta a la participación de nacimiento de mi hijo pequeño. Se lo agradecí, aunque leídas por mi no obraban el mismo efecto.
Ahora se acaba de editar una nueva biografía de Hölderlin, La vida en verso, escrita por Helena Cortés Gabaudan, en la editorial madrileña llamada precisamente Hiperión. La vida del “loco de Tubinga” fue amarga, pero dejó versos vitales. A la entrada de la torre donde vivió recluido toda la segunda mitad de su existencia, hasta hace poco se veía una pintada espontánea: “Hölderlin war kein Narr”, Hördelin no estaba loco. 
Algunos días siento la necesidad de escuchar poesía bien dicha, no solo leerla. Es difícil.

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