25 ene 2015

La poesía blanca encontrada en Delfiá, ayer con tramontana

Ayer fui con amigos a rodear la poesía blanca de los estanques de Delfiá, pedanía de Rabós (Alto Ampurdán) de 18 habitantes censados alrededor de la iglesia de Sant Romá, una de aquellas capillas del románico pirenaico supervivientes desde el siglo XI, coronada por un delicioso campanario de espadaña. Fui en compañía de tres autoridades de primer rango: el biólogo divulgador Josep M. Dacosta, la maestra y exalcaldesa socialista de Rabós Rosa Maria Moret i el director de la revista Alberes, especializada en estos parajes, David Pujol. El lugar no dispone de bar, restaurante ni ningún tipo de establecimiento público. Dispone de algo mejor: la lámina de agua de los estanques de Delfiá o del Mas Faiet que refleja la ermita, las masías y el cielo de tramontana contra la tela pintada de la sierra de La Albera, más concretamente del Puig d’Esquers, como una acuarela absolutamente única en el sentido más grande, sencillo e inusual, en
que la grandeza habita a sus anchas dentro de la pequeñez, a las antípodas de los decorados de franquicia clonada. Soplaba una tramontana que ensanchaba la mirada, los pulmones y el alma.
Como todas las zonas húmedas marismeñas, el flujo sanguíneo de estos estanques festoneados por prados grasos y viejas encinas constituye un pequeño paraíso generalmente imperceptible a los profanos. Eran terreno de miasmas, mosquitos y bandoleros. Luego la ganadería y la agricultura en los campos desecados pusieron un poco de orden rediticio.
Hoy representa una reliquia destinada a los visitantes, en este caso a los visitantes capaces de discernir los valores ocultos, aunque se hallen junto a la carretera: ciclistas, cazadores, ornitólogos o amantes de los grandes pequeños paisajes como nosotros cuatro, que tenemos pulsión de coleccionistas de instantes afortunados (a fuerza de probarlo con insistencia) y de escenarios naturales dotados con capacidad de transmisión emocional intravenosa, como si encontrásemos en ellos un sofá acogedor de la mirada o una cama de matrimonio para sentar el alma y percibir que hemos acertado con la postura capaz de desentumecer la cera blanda de los días sedentarios, la línea torcida del destino, la inmunidad pasional acumulada, los trabajos mal pagados de la nostalgia, el filamento de cobre que cortocircuita la zozobra de aquellos días sedentarios de frente despoblada y párpado flojo que apenas incuban la fase de crisálida de las cosas, a la espera de dar luz a algún fruto, dar voz a alguna exclamación, dar cuerpo a señales de vida, dar alegría al paso del tiempo. 
La felicidad, como todo el mundo sabe, es un trabajo interior, de dentro a fuera. Paisajes, amistades y conversaciones dibujan la maqueta del paraíso terrenal posible mediante un ritmo poético sobrio y no por ello menos burbujeante. Es cuestión de la actitud en lucha contra la aptitud. En estas caminatas con amigos se pueden experimentar instantes de beatitud en que creemos entender algo, la frágil esperanza en la regeneración del tiempo, el sentimiento tenaz de desear la vida con todos sus pecados, tanto los originales como los añadidos. Es la poesía blanca de los momentos deslumbrados por el fulgor repentino de las preguntas que no siempre pueden expresarse, las fotos que no siempre pueden tomarse, las frases que no siempre pueden escribirse y que algunos días comparecen de modo palpitante, por sorpresa. 
En los estanques de Delfiá la tramontana ponía ayer como telón de fondo acústico una honda música de órgano transcrita para un delicado clavecín. Les aves migrantes lo toman como punto de parada los días demasiado ventosos, a la espera de salvar el Coll de Banyuls. Las aves acuáticas se aprovechan igualmente, aunque no nidifican por miedo a las gaviotas ni hibernan por miedo a los cazadores. Los Aiguamolls de l’Empordà les ofrecen más comodidades a una esquina de distancia. 
Ahora bien, el ingrediente indispensable para la percepción de la poesía blanca en los estanques de Delfiá no es solo la actitud ni la predisposición de la mirada. El previo desayuno de tenedor en el bar de carretera de la cooperativa de Garriguella, con vino de la tierra y café corregido, proporciona el estado de espíritu sin el cual todo lo demás resultaría imperceptible, acerbo e inofensivo. Las pasiones y los reflejos también deben alimentarse con un mínimo de delicadeza.

1 comentarios:

  1. Caramba, Xavier; un gran text per a una jornada memorable. Tant em va agradar anar amb vosaltres a aquest ecosistema com llegir i rellegir el teu escrit; ¿no és reviure rellegir?. Ens veiem el 14-M, esmorzarem com deu mana, comprarem telefóniques i gaudirem tot passejant com peripatètics ;-)

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