3 abr 2015

Paseo y discusión con el psicoanalista, ayer en Sant Pere de Rodes

Tengo un amigo de infancia que posteriormente se desvió hacia el ejercicio profesional del psicoanálisis, dirige un servicio especializado y acaba de publicar el libro La conexión emocional de la pareja (Ed. Octaedro). Lo leí con prevención y tomé algunas notas para discutirlas con el autor. Al mismo tiempo él leyó mi último libro El mirall de l’Acròpolis, en especial el capítulo dedicado a relatar una ruptura de pareja en que la protagonista argumenta el vínculo existente entre la pérdida de valores sociales y valores personales. Quedamos en que confrontaríamos puntos de vista durante algún paseo dialogante al aire libre, lo que se produjo ayer alrededor de la mole restaurada del monasterio románico de Sant Pere de Rodes, bajo
un bruñido cielo primaveral y el telón de fondo del Canigó nevado.
Es difícil conversar con un psicoanalista sin caer en su lenguaje y sus instrumentos de aproximación a la realidad, que no son los míos. Los psicoanalistas manejan una amplísima jurisprudencia, quiero decir una larga bibliografía internacional sobre la que basan el conocimiento. Pere Llovet, mi amigo psicoanalista, escribe muy bien y expone en su libro ese historial clínico universal con habilidad narrativa y una claridad inusual. Sin embargo algo de su libro no me acaba de encajar. 
Supongo que el carácter empírico de cualquier ciencia se basa precisamente en eso: estudiar los precedentes conocidos, contrastarlos con el caso particular y extraer una pauta recomendable de actuación. La lectura de La conexión emocional de la pareja sirve apara darse cuenta de la cantidad de precedentes disponibles. Las variables son infinitas, pero se perfilan comunes denominadores. 
Sin embargo mi prevención ante la superioridad atribuida a la ciencia como método de conocimiento se mantiene tras la lectura del libro y el diálogo paseado de ayer en Sant Pere de Rodes. No basta con describir la panoplia de precedentes conocidos y escuchar al eventual paciente para que comprenda mejor su situación. 
Actuar sobre las causas de la situación requiere instrumentos que seguramente no son del todo dominio de la ciencia sino de las letras (las ciencias del espíritu), de los valores humanísticos transmitidos de algún modo por la literatura y otros elementos básicos de la civilización: el sentido común, la buena voluntad, la generosidad, la empatía. 
Dicho de otra forma menos científica y más literaria, una caricia o un gesto amistoso pueden expresar, instruir y curar más que muchas frases. Las 27 letras del alfabeto permiten una combinatoria infinita, lo sabemos quienes nos dedicamos a ello como oficio. No obstante las palabras no expresan todos los conocimientos. Diría que alcanzan a expresar menos de la mitad de lo que sentimos, pensamos o hacemos. La otra parte se manifiesta de manera más franca con una mirada, una caricia, un gesto amistoso, un silencio comprensivo, una conducta concreta. 
Las palabras se han visto colonizadas por un código social que permite toda clase de malabarismos y castillos de naipes. Al final las palabras están más fatigadas que la Dama de las Camelias en el último acto y a veces acaban por convertirse en una escapatoria regulada, un lenguaje cifrado del que todo el mundo conoce la ficción de sus claves. 
En cambio una mirada, una caricia, un gesto amistoso, un silencio comprensivo o una conducta concreta pueden transmitir de modo más elocuente la relegada verdad interior de las cosas. Claro está que también se puede engañar con una mirada, una caricia, un gesto afectuoso, un silencio o una conducta concreta, pero requiere un grado de perfidia más diestro y exigente. 
Ni el psicoanálisis ni la literatura son la realidad. Juegan con los mimbres de la realidad de forma más o menos hábil, verosímil y orientativa. A veces solo son el enmascaramiento de la realidad para embellecerla o encajarla con el código dominante. El grado de impostación de la expresión oral o escrita ha alcanzado un rodaje tan consolidado que expresarse con franqueza no suele ser considerado correcto, salvo casos de plena intimidad en la esfera privada. 
Por eso la esfera privada adquiere un valor potenciado por aquel otro lenguaje que desnuda las palabras y muestra su contenido auténtico. La intimidad dispone de medios más expresivos y ayuda a entender –o a desencajar—más cosas de la vida que muchos libros. Una caricia puede ilustrar más que una enciclopedia, un beso selecto más que las obras completas del autor preferido, un orgasmo más que ninguna iluminación mental largamente perseguida.
No se trata de un lenguaje alternativo a la razón, sino de una razón más completa, matizada y reveladora. Algunas cosas ganan al desnudarse.
Tal como se comprueba en los párrafos que acabo de escribir, es difícil conversar con un psicoanalista sin caer en su lenguaje, que no es el mío, incluso cuando se pasea con él tan agradablemente al aire libre de la restaurada mole telúrica de Sant Pere de Rodes. Creo que mi prevención ante el dominio atribuido a la ciencia procede precisamente de eso. Los psicoanalistas deberían ir a pasear más a menudo alrededor de Sant Pere de Rodes. 
Intuía antes de ir que no resolveríamos a la primera nuestras diferencias de lenguaje, igual como lo intuía el personaje de mi último libro El mirall de l’Acròpolis al decir: “Algunas amigas me han recomendado a raíz de mi ruptura de pareja acudir al psicólogo. No lo he hecho. Sigo con interés lo que dicen y escriben los psicólogos. A veces brindan consideraciones que me parecen puras vaguedades, otras veces destilan pautas más ajustadas. Aplicar el sentido común y la experiencia estadística para orientar la conducta de quienes recorren a sus servicios me parece admirable. Encuentro en sus escritos observaciones acertadas y también mucha paja, aunque esto es común a cualquier oficio. La madurez, el discernimiento, la cultura consiste en saber separar el grano de la paja, con conciencia de que la paja ocupa por naturaleza mucho más volumen”. 
La atmósfera de Sant Pere de Rodes aun encierra muchas pistas por pasear, dialogar, respirar. El psicoanálisis y la literatura, también.

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