3 jun 2015

La escapada irrenunciable a Sunion, inmune a los recortes de los tramposos

En Atenas siempre que puedo me escapo a Sunion. En esta ocasión lo he cumplido con mi hija. Desplazarse de la capital griega hasta Delfos, Epidauro, Micenas o Corinto requiere todo el día, escaparse a Sunion es una evasión furtiva más corta y esencial, conciliable con otras obligaciones. Pisar de nuevo las ruinas del templo de Poseidón en cabo Sunion, asomado a las azulísimas aguas del golfo Sarónico, permite contemplar el barniz de los siglos sobre una de las luces más vivas del Mediterráneo, sentir el efecto físico del contacto de la belleza superviviente a la intemperie (con la parte sublime y también la parte perdida, la armonía al lado del caos y la contumacia). También permite recitar de nuevo a media voz en este punto preciso el jugo de oro
de los versos de Carles Riba que a él se refieren.
Puede parecer un templo de pequeñas dimensiones, en ruinas, modesto. Para mi es uno de los que merece más ese nombre entre los incontables templos de todo tamaño y confesión esparcidos por el mundo. Es el templo de mi mundo. 
Al recorrerlo lentamente y observar la tierra y el mar que lo rodean, encuentro cada vez más que cabo Sunion es una réplica conforme del cabo Norfeu ampurdanés. Varios autores romanos dejaron escrito que aquella costa ampuritana, de navegación obligada dentro de las rutas de la época, poseía también un Afrodision o templo de Venus dedicado a la Venus Pirenea (Afrodita fue a continuación la Venus de los romanos).
A diferencia del templo de Poseidón en cabo Sunion, el Afrodision de cabo Norfeu no ha sido localizado Los restos podrían hallarse en la zona de Sant Pere de Rodes, alrededor de los trofeos de Pompeyo en el Coll de Panissars (Le Perthus) o bien sobre la localidad portuaria rosellonesa de Port-Vendres (Portus Veneris, como lo poetiza Jacint Verdaguer en L’Atlàntida). Nadie se ha esforzado mucho en hallarlos. 
En cambio el viejo templo de cabo Sunion dedicado a Poseidón, el dios del mar y los temporales, conserva en pie desde el siglo V aC dieciséis de las sus treinta y ocho columnas marmóreas de estilo dórico. Corona un cerro ventoso, a 60 metros sobre el nivel del mar, al que se accede por el camino empedrado que arranca a la sumaria garita de venta de tickets de entrada al recinto arqueológico retirado de la vida pública, alérgico a toda forma suntuaria de poder, al catálogo de insolencias usuales de los ricos solo en dinero y a la acumulación de cinismo de los recortadores tramposos de la democracia. 
Por la mañana es probable que el visitante se encuentre prácticamente solo, de tu a tu con el Egeo, la historia y la luz voltaica del cielo ático, de una pureza de tono cargada de resolución narrativa a la hora de expresar el relieve temático del lugar, articular el fraseo preciso de una forma de esplendor y proporcionar las sombras más sobrias, fáusticas y compasivas del árido y enardecido secano griego. 
Al caer la tarde llegan algunos autocares turísticos desde Atenas para el espectáculo de la puesta de sol, que se produce aquí con un notorio radicalismo mediterráneo, una agudeza interpretativa que atesora luces de sensualidad capaz de despertar los sentimientos ocultos en el subsuelo del corazón y otorgar una resonancia enamorada y una frágil esperanza a la magia de la vida de cada día. 
Suelo escaparme a Sunion con el autobús de línea que cubre con lentitud perfecta los 69 km que separan del centro ateniense. El camino sigue la cornisa de municipios balnearios de las afueras de la capital a lo largo del golfo Sarónico, el litoral del mar Egeo en la región metropolitana del Ática.
La lentitud del medio de transporte prepara el espíritu a interiorizar un poco lo que le espera a la llegada, el ciclo vital del minúsculo partenón solitario y grandioso, la vivacidad de la soledad de los siglos recorrida en vivo, la altísima dignidad aun en pie y expectante de un apogeo del hombre civilizado, vista en su efusiva, concreta y estricta belleza. 
Antes de marchar saco del bolsillo el papel que llevo preparado y digo en voz baja los suntuosos versos escritos en el exilio per un hombre aparentemente derrotado, un soi-disant perdedor (aquí en la traducción de Alfonso Costafreda):

¡Sunion! Te evocaré desde lejos con un grito de alegría, 
a ti y a tu sol leal, rey de la mar y del viento: 
por tu recuerdo, que me yergue feliz de sal exaltada, 
con tu absoluto mármol, noble y antiguo yo como él. 
¡Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas 
que en el fondo de tu salto, bajo la ola riente, 
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura, 
por el marinero, que por ti ve bien dirigido su rumbo; 
por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo monte bajo 
va a buscarte, extremo como la certeza de los dioses; 
por el exiliado que entre arboledas sombrías te vislumbra 
súbitamente ¡oh preciso, oh fantasmal! y conoce 
por tu fuerza la fuerza que le salva de los golpes de azar, 
rico de lo que dio, y en su ruina tan puro.

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