27 sept 2015

Una simbiosis amistosa con el encinar, ayer en los Clots de Sant Julià

Ayer dedicamos una de las excursiones matinales sabatinas que nos gustan montar con Josep M. Dacosta a recorrer los Clots de Sant Julià, provistos con la capacidad de fascinación que solemos ponerle a nuestros paseos, un punto de candidez que alimentamos como un botín particular, una filosofía moral. En el centro del llano del Baix Empordà, entre los municipios de Vulpellac y Canapost, se alza el cerro boscoso de encinas y pinares del Puig de Sant Julià. Destaca por el conjunto de cavidades de notables dimensiones, algunas de más de 30 m de diámetro y 10 m de profundidad, de la cantera pre-romana que quizá sirvió en la Antigüedad para construir Ullastret y
Empúries. El paraje frondoso es propicio a las fantasías que tocan con los pies en el suelo y se dejan palpar con los dedos.
La arqueología no nos proporcionaba mucha información concreta sobre el lugar, pese a los esfuerzos pioneros del estudioso Joan Badia i Homs y los posteriores de Xavier Rocas, Carles Roqué y Lluís Pallí en el trabajo “Els Clots de Sant Julià: anàlisi geoarqueològica” (Estudis del Baix Empordà, nro. 21, año 2002). En tales condiciones de incertidumbre científica, la mirada se me fue hacia la majestuosa fronda arbórea de encinas y alcornoques, el atractivo del decorado natural que recorríamos. 
Un encinar o un alcornocal tupido y proteiforme es un fenómeno de la naturaleza digno de dedicarle una atención expectante, a fin de captar la apetencia del paso del tiempo sobre las piedras viejas y las nuevas, sentir la soledad y la pequeñez de nuestros propios pasos, escuchar la fibra interna del latido discontinuo de la curiosidad, valorar las formas vivas de la tierra y medirse con el deseo de poseer la belleza de un lugar preciso, alejado de las vanidades masivas y de los becerros de oro estándar. Hablo del encanto positivo de la belleza de cada día, del contacto humilde —pero directo— con los pequeños milagros accesibles. 
Según el informe de la revista Nature publicado este mes de setiembre, Girona es la tercera provincia más arbolada del conjunto de España (tras Huesca y Lleida) y la primera en cantidad de encinas y alcornoques. Concretamente, Girona concentra 117.754.282 de encinas y 38.030.761 de alcornoques. 
La encina es la especie dominante en toda España, con el 19,12 % del total de árboles, seguida por el pino silvestre (11,09 %) y el pino blanco (9,87 %). Ayer por la mañana en los Clots de Sant Julià me dediqué a mirar las encinas, sencillamente a mirarlas con la avidez golosa que despertaba su presencia resistente, lenta, perenne. Mirar un mata de encinas hasta fundirse en su sombra es una de las más nobles matinales sabatinas de las nuestras, amigo Daco. 
Durante esos momentos contemplativos vegetales, dar de repente en un repliegue de la memoria con un pedazo de poesía de Josep Carner resulta un placer culminante, como la coronación del desayuno de tenedor previo. En la primera cuarteta de su poema “L’alzinar i el pollanc”, asegura Carner:

Un alzinar tot negre en el matí
on s'arrossega un poc de boira morta,
en legió s'allarga, sense fi,
com l'amistat, plegadissa i forta.


Ayer por la mañana me pareció que el encinar de los Clots de Sant Julià aplaudía la cuarteta carneriana con el repiqueteo de sus hojas movidas por la tramuntaneta, una sonoridad vibradora como una cuerda de guitarra que surgía de la curva palpitante de la copa de los árboles. Quizá solo me lo pareció, como una más de las expresiones proteiformes del bosque, dibujadas por la ambigüedad propia de la poesía. 
Sin ser ni mejor ni peor que la ambigüedad de la ciencia, la de la poesía resulta muy sugerente a quienes nos gusta recorrer parcelas del territorio con aquella capacidad de fascinación que le ponemos como predisposición habitual. Nuestra felicidad caminadora debe ser un pájaro de bosque que anhela caricias del aire libre, algo de lluvia de vez en cuando, la melodía del río, alguna noche distinta y, sobre todo, el impulso de volar. 
Reconozco en honor a la verdad –la verdad siempre debería ser un honor-- que los Clots de Sant Julià son conocidos en la actualidad por motivos bastante más chapuceros, por la polémica que provocó en 2013 el proyecto de construir aquí una macroplanta de tratamiento e incineración de residuos por parte de la empresa Servitransfer SL. El gobierno de la Generalitat declaró los Clots como bien cultural de interés nacional, en la categoría de zona arqueológica, de modo que el proyecto se encuentra parado. El presidente del Consell Comarcal y alcalde de Begur, Joan Català, presentó un recurso para desproteger la zona. 
Al año siguiente los empresarios promotores del proyecto, Josep Mayola Comadira y Gustavo Buesa, fueron citados como imputados por el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz en el marco de la investigación sobre los negocios de Jordi Pujol Ferrusola, por el pago de ocho millones de euros entre 2004 y 2012 al hijo del expresidente, presuntamente a cambio de adjudicaciones públicas. El juez Ruz les atribuía delitos de blanqueo de capitales, contra la hacienda pública y falsedad en documento mercantil. 
Josep Mayola Comadira, administrador de Servitransfer SL, antecedió a Jordi Pujol Ferrusola en el cargo de administrador único de la inmobiliaria Active Translation SL. Gustavo Buesa –vinculado a ACS, FCC e Iberdrola, y mentor de Jordi Pujol Ferrusola en sus negocios mexicanos– es el hombre fuerte del sector del tratamiento de residuos en Catalunya a través del complejo empresarial GBI Serveis. Fue administrador de Servitransfer SL hasta julio de 2009 y compartió consejo de administración con Mayola en otras empresas como Immo BR o Moscow Mediterránea. 
Gustavo Buesa también ha sido investigado por la fiscalía anticorrupción en el marco del caso Xavier Crespo, diputado de CiU y exalcalde de Lloret de Mar acusado de soborno y prevaricación vinculada a la mafia rusa (la fiscalía investigó una adjudicación del Ayuntamiento de Lloret de Mar a GBI Serveis por valor de 80 millones de euros llevada a cabo por procedimiento urgente un mes antes de las elecciones municipales de 2011). 
De todo ello me quedé ayer por la mañana en los Clots de Sant Julià con el temblor de la hoja perenne del encinar visto desde dentro, desde abajo, en simbiosis amistosa con una de las escapadas matinales sabatinas que nos gustan.

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