4 feb 2016

La persistente manía de sacar a pasear las momias, enteras o a trocitos

Cuando era pequeño los hermanos de mi colegio religioso me llevaron a besar la urna del brazo incorrupto de Santa Teresa, que se paseaba por las iglesias del país en una especie de gira expiatoria del franquismo. El relicario de vidrio ópalo, en forma de gran letra “V”, dejaba entrever algo informe, reseco y momificado que debíamos adorar. Quedé curado para siempre del interés por relicarios y momias, ya sean enteras o a trocitos. Observo desde entonces que mi actitud no es muy compartida por la religiosidad popular y que esta clase de restos santificados siguen gozando de un predicamento masivo. Hasta el 11 de febrero se
expone en la nave central de la basílica de San Pedro del Vaticano el cuerpo embalsamado del Padre Pío, el fraile italiano de los milagros fallecido en 1968, habitualmente exhibido en el templo de lujo construido por el arquitecto moderno Renzo Piano en el municipio de San Giovanni Rotondo, convertido en pujante centro de peregrinación religiosa en el fondo de la comarca meridional de la Puglia, y ahora de gira por Italia a raíz de un jubileo extraordinario.
El fenómeno no es exclusivo de la religión. Como es sabido, la momia de Lenin sigue expuesta (con costosas tareas de mantenimiento anual) en el céntrico mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, igual que la de Mao en el correspondiente mausoleo de la plaza Tiananmen de Pequín o la de Ho Chi Minh en el centro de Hanoi. 
Catalunya es un país pequeño pero heroico, de modo que el fenómeno adopta dimensiones más reducidas. En 2014 todavía se exhibió al público en el salón de plenos del Ayuntamiento de Reus la momia nada incorrupta de su ilustre hijo, el general Prim, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento, antes de regresar al mausoleo restaurado del cementerio de la misma ciudad. 
La capilla del Palau de la Generalitat, por su lado, posee la reliquia de la cabeza de San Jorge. Se trata de un trocito de calota craneal o hueso occipital del supuesto cuerpo del santo, extraído del fragmento no mucho mayor que conserva la basílica veneciana de San Giorgio Maggiore. Logré que los monjes venecianos me lo mostrasen, para fotografiarlo dentro del reportaje periodístico que me condujo hasta allí. 
La reliquia de la cabeza de San Jorge fue estudiada en 1971 por el historiador de la universidad norteamericana de Princeton y catalanófilo Kennet M. Setton, autor del opúsculo Recerca i troballa del cap de Sant Jordi. La lectura del trabajo de Setton llevó al industrial gerundense Ramon Franquesa i Lloveras a pedir a la basílica de San Giorgio Maggiore que regalase a Catalunya un pequeño fragmento de su cabeza de San Jorge, petición avalada por el abad de Montserrat y el dirigente político demócrata-cristiano Miquel Coll i Alentorn. 
Una delegación encabezada por el prior de la capilla del Palau de la Generalitat, mosén Joan E. Jarque, recogió en 1981 el obsequio, con las correspondientes actas de donación y autentificación firmadas por el abad Edigio Zaramella. A continuación los promotores de la donación propusieron al president Pujol que la reliquia, una vez depositada en la capilla del Palau de la Generalitat, iniciase un recorrido a lo largo de las parroquias catalanas que lo solicitasen. Sin embargo los tiempos habían cambiado y no tuve que repetir la experiencia infantil ante el relicario del brazo incorrupto de Santa Teresa.

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