5 ago 2016

No sé de qué Arcadia hablan en la exposición de Maillol en Ceret

Ayer fui a recorrer con afán, acompañado por el editor Quim Curbet, la nueva exposición temporal del Museo de Arte Moderno de Ceret. Este centro ha sido la joya de la corona en el pequeño municipio de 7.000 habitantes que capitaliza la comarca rosellonesa del Vallespir, bajo el impulso de 1986 a 2012 de la directora Josefina Matamoros, la mujer que construyó el actual edificio y lo convirtió en foco de proyección internacional del patrimonio local. Todo museo es ante todo una idea más que una suma de obras, una ilusión, a veces recompensada con belleza y éxito.  Desplazarse a Ceret representa siempre un atractivo. Uno de sus encantos
son las acequias por las que discurre en paralelo a las aceras el agua más viva, fresca y melodiosa del mundo. Los centenarios plátanos de más de 30 metros de altura, sobrealimentados por los bajantes del Canigó, forman a cada lado de la Passejada o calle mayor un auténtica bóveda vegetal. Para mi son los verdaderos Campos Elíseos de este país, entendido de Salses a Guardamar. En el nro. 8 del bulevard Maréchal Jofre, más conocido por la Passejada, se halla el Museo de Arte Moderno.
Ni mi afán previo ni la visita pausada me ayudaron a entender el título de la exposición: “Arístides Maillol. Henri Frère y Josep Sebastià Pons. Una Arcadia catalana”. Comprendo el interés en dedicar una nueva exposición al artista rosellonés más universal y asociarlo con sus coetáneos, pese a que Maillol ha sido expuesto ya del derecho y del revés, que muchas de sus esculturas monumentales se contemplan diariamente en el espacio público y que la vecina localidad natal de Banyuls cuenta con un pequeño museo permanente. Sea como sea, Maillol lo vale con cualquier oportunidad. Hasta ahí estamos de acuerdo. 
Lo que no entiendo es el sentido que han querido dar al concepto de Arcadia ni qué aporta la muestra de mínimamente nuevo. Maillol triunfó como escultor más reconocido después de Rodin porque, desde los veinte años de edad, repartió la mitad del año entre la lucha feroz en los círculos artísticos parisinos y el retorno al Banyuls natal que reivindicaba como fuente de inspiración pese a su imagen de lugar recóndito. 
No lo veía como una Arcadia, al contrario. Su originalidad consistió en defender, en la especialidad del desnudo femenino monumental, el realismo de las modelos locales. Acabó por ser reconocido en todo el mundo como el gran renovador de la escultura del siglo XX gracias a aquellos desnudos, en el preciso instante en que el arte moderno comenzaba a "desconstruirlos". 
Se inspiró en el cuerpo de mujeres reales y nada arcádicas. Apostó a favor de una carnalidad concreta, palpable, actual. No eran ninfas, hadas ni Venus idealizadas por el canon. Representan la elevación de la naturalidad imperfecta, las imperfecciones las singularizan como una de las claves.
Cuando algunos colegas parisinos intentaron colgarle el sambenito de arcádico por su identificación con la tierra lejana del confín catalán de Francia, se rebeló contra ello. Les invitó a Banyuls. En el caso del pintor Maurice Denis, se sorprendió ante la decepción del visitante: "Aquí comimos un conejo con Maurice Denis. Lo encontró triste. Dijo que era una tebaida. Estaba acostumbrado a Italia, comprende usted, donde las cosas son más relamidas, demasiado bonitas. No están acostumbrados a esta naturaleza de aquí, no la entienden. Aquí es Sicilia, es Grecia". 
La Tebaida es una región desértica del Antiguo Egipto a la que se retiraban monjes y eremitas al comienzo de la era cristiana, por eso la palabra designa en lenguaje de hoy un lugar considerado arisco. No le gustó el calificativo, del mismo modo que no procede el de arcadia. Solo los clichés de algunos pueden ver a Sicilia, Grecia o su Albera como una Arcadia. 
La gente de Banyuls no lo entendía del todo. Le veían como un bohemio atrabiliario, un artista desvergonzado, un soplagaitas. Les costaba –y aun les cuesta-- creer en la fama internacional de aquel artista y en el valor de sus figuras. Tenían un problema de autoestima, que en parte perdura, como refleja la exposición de Ceret. Resulta imposible valorar las obras de Maillol si no se valora el sustrato del que emergen: el amor desacomplejado por un territorio concreto y sus frutos supuestamente tan sencillos, tan espontáneos, tan rústicos, tan pretendidamente “arcádicos”…
A raíz de la presente exposición se ha reeditado el magnífico libro del pintor, dibujante y ceramista Henri Frère Conversations de Maillol y se presenta una antológica de su obra plástica que se defiende por sí sola. El prólogo de Frère a su libro sobre Maillol está fechado en el Molino de Sureda en agosto de 1950. Más de sesenta años después, entrevisté en 2011 en aquel mismo molino, intacto, al hijo Sebastien Frère, pintor y ceramista dentro de una larga cadena familiar.
En la relectura del libro y en los cuadros de su padre he hallado, de nuevo, multitud de pistas de gran interés. Aunque ninguna sobre una supuesta Arcadia.

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