18 sept 2016

La abadía de Montserrat deja decaer la de Cuixà, 50 años después

Uno de los lugares más bellos y cargados de historia del país es la milenaria abadía de Sant Miquel de Cuixà al pie del Canigó, en el municipio de Codalet, prácticamente anexionado a Prada de Conflent, en tierras catalanas de Francia. La grandeza, la belleza y el bien viven ahí con la máxima naturalidad. Ayer sábado se reunieron a su sombra más de un centenar de personas para conmemorar los cincuenta años de la instalación de la pequeña comunidad benedictina procedente de Montserrat, que hoy se halla en peligro de extinción. La descarnada nave de la iglesia de Cuixà es la joya más conmovedora que conozco el arte pre-románico, el claustro uno de los más extensos y agraciados del Pirineo, el campanario uno de los más
altivos. Todo eso no impide que el Cuixà de las últimas décadas agonice.
La onda expansiva del papel político antifranquista que quiso ejercer a partir de un cierto momento el abad de Montserrat Aureli M. Escarré (declaraciones al diario parisino Le Monde de noviembre de 1963) turbaron a su comunidad de monjes. Al ser expulsado del país dos años más tarde a petición del gobierno, para pasar a residir en el monasterio benedictino italiano de Viboldone, ocho monjes montserratinos adictos a su línea optaron por marchar “desterrados” a fundar una nueva comunidad en Sant Miquel de Cuixà, que los cistercienses les habían ofrecido por no poder seguir manteniendo la suya como los 45 años anteriores. 
Del grupo inicial arraigaron definitivamente los monjes montserratinos Oleguer Porcel, Raimon Civil y Josep Fillol, los tres ya fallecidos en la actualidad. En 1972 el gobierno francés prohibió a Civil y Fillol residir en los departamentos fronterizos por “no haber observado la estricta neutralidad que todo extranjero debe mantener a Francia”, dada su costumbre de alojar a refugiados políticos. 
Al cabo de poco regresaron y Civil asumió a partir del año 2000, después de Porcel, el cargo de prior de Sant Miquel de Cuixà, hasta su muerte al año siguiente. Es el único monje enterrado en el monasterio, bajo una sencilla piedra en el suelo. Porcel y Fillol también desearon ser enterrados en Cuixà, pero murieron en la enfermería de Montserrat y la autoridad abacial consideró más conveniente no trasladar sus restos. 
De 2002 a 2011 Montserrat envió como prior al monje Daniel Codina. Ahora solo quedan dos últimos monjes, el padre Marco (de origen italiano milanés) y el padre Rémy (alsaciano francés), ambos en edad de jubilación si ejercieran cualquier otro oficio. 
Montserrat ha dejado de enviar nuevas vocaciones, pese a que la abadía madre cuenta actualmente unos setenta de monjes, según su web. La cisterciense de Poblet, por poner un caso paralelo, tan solo suma treinta. En la misma época que Cuixà, cuatro monjes de Poblet fundaron el monasterio de Solius (Santa Cristina d'Aro) , que ahora cuenta nueve.
La comunidad benedictina de Cuixà puede extinguirse pronto, como ya ocurrió con la vecina de Sant Martí del Canigó en 1983. A la muerte del prior benedictino y único monje Bernard de Chabannes, fue relevado por el obispado de Perpiñán por una Communauté des Béatitudes difícil de definir, integrada primordialmente por laicos que hi residen en ella y viven de la venta de entradas, las visitas guiadas y las estancias de plegaria. 
La abadía de Sant Miquel de Cuixà depende del obispado de Perpiñán por lógica territorial y del organismo estatal Monumentos de Francia en cuanto a las restauraciones que sufraga, pero es propiedad inmobiliaria de la abadía de Montserrat. Fue desamortizada en el momento de la Revolución Francesa y vendida a propietarios privados locales. Expulsados los monjes, se convirtió en almacén industrial y agrícola en estado de ruina. 
Uno de los dos campanarios se hundió en 1838. La mitad del claustro fue comprada a piezas a partir de 1907 por un marchante norteamericano y hoy se contempla en el museo The Cloisters de Nueva York, la sección de románico y gótico del Metropolitan Museum of Art (MET). Sigue siendo uno de los descubrimientos más sorprendentes –y recomendables-- a un extremo de Manhattan asomado al río Hudson. En 1919 Ferran Trullés compró la abadía de Cuixà a los propietarios privados para alojar a una comunidad cisterciense procedente de Fontfreda. A partir de 1920 comenzaron algunas obras de restauración. Cuando Pau Casals, exiliado en Prada de Conflent, inauguró en 1954 el festival de música que lleva su nombre, la iglesia de Cuixà aun no tenía techo (fue reconstruido tres años más tarde). 
La joya de Sant Miquel de Cuixà se halla en la actualidad restaurada, sin embargo eso no impide su riesgo de muerte cerebral.





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