24 oct 2016

El poeta Arthur Rimbaud y el barco ebrio que todavía embriaga

La editorial Atalanta, que dirigen Jacobo Siruela y su mujer Inka Martí desde el Mas Pou del pueblito ampurdanés de Vilaür, acaba de poner a la venta la obra completa del poeta Arthur Rimbaud en edición bilingüe francés-castellano preparada por Mauro Armiño. Las 1.624 páginas añaden prosas, correspondencia, declaraciones y biografía del autor. El libro vale 58 €, mientras que las poesías completas de Rimbaud se encuentran actualmente en lengua original por 3,10 € en la colección Livre de Poche (los libros de bolsillo, en especial los clásicos, tienen en Francia este precio o incluso menos). Las políticas editoriales no son lo esencial cuando se trata de releer una de las producciones poéticas más deslumbrantes del último
siglo y medio, escrita toda ella antes de cumplir los 19 años.
Algunos poemas de Rimbaud, como el conocido Le bateau ivre (El barco ebrio), siguen figurando en la cima de lo que puede esperarse de la poesía. Todavía me lo recito de vez en cuando en voz alta para paladear la melodía auténticamente embriagadora de sus 25 cuartetas. 
Reconozco mantener una relación particular con este poema desde mi época de estudiante. La casa de amigos que me acogió los primeros días transcurridos en Bruselas durante aquella etapa estudiantil se hallaba en un calle de la Porte de Namur tapizada por “puticlubs” de lujo de nuevos ricos congoleses, alineados puerta por puerta. Las ventanas de casa daban a la hilera de bares y me embobaba contemplando el movimiento de entradas y salidas de las chicas y los clientes. El hecho de que un de los tugurios se llamase precisamente Le bateau ivre me infundió la certeza de haber llegado a un país serio, capaz de aprovechar el título del gran poema de Rimbaud para bautizar un club de camareras. 
Hice amistad con algunas de las chicas que trabajaban en los bares de delante de casa. Intercambiábamos saludos y bromitas entre mi ventana y la puerta de los establecimientos. A veces yo bajaba a la calle y pegábamos la hebra o bien ellas subían a mi piso compartido a tomar un café, a cambiar de tema entre dos obligaciones o relajarse con otro tipo de interlocutor. 
Se aburrían muchísimo y la compañía de un estudiante como yo, tan alejado de la condición de cliente, las ayudaba a pasar las horas. Tenían que ser simpáticas por cláusula laboral y poder serlo por elección propia a ratos conmigo les despertaba un afecto casi maternal y las predisponía a gratificarlo con el uso gratuito y juguetón de sus instrumentos de trabajo, agradecidas de que no todos jugásemos con ellos de la misma forma o ni siquiera los situásemos en los mismos puntos. 
De aquello hace muchos años y sigo recordando de memoria algunas cuartetas de Le bateau ivre, en particular la penúltima:

Si je désire une eau d'Europe, c'est la flache
noire et froide où vers le crépuscule embaumé
un enfant accroupi plein de tristesses, lâche
un bateau frêle comme un papillon de mai.

Si ansío algún agua de Europa es la del charco
negro y frío en el cual, al caer la tarde rosada,
en cuclillas y triste, un niño suelta un barco
endeble y delicado como mariposa de mayo.



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