7 oct 2016

No todos pagamos impuestos, el obispo de Vic no quiere

La ciudad de Vic ha cambiado muchísimo. Ni siquiera la niebla es tan frecuente como antes, cuando en los períodos de presión atmosférica alta el vapor de agua se condensaba en gotas microscópicas y lo encalaba todo, incluso las granjas de cerdos, con una gasa indescifrable, hipócritamente ligera, de una indolencia convaleciente y lloricona. Dicen que ahora la niebla se escabulle por los nuevos túneles de la carretera C-17. El clima de Vic ya no es de "Nueve meses de infierno y tres de invierno". La niebla, el calor y el frío se han suavizado mucho. En cambio se mantienen pletóricas algunas otras de las mejores tradiciones: el bull de riñones de la tocinería Vilada, los cigarros habanos del estanco Crivillés, los aperitivos en la terraza del bar
Snack, la espléndida librería La Tralla trasladada a la plaza Mayor y la vieja librería Costa de la calle Sant Sadurní o el menú del mediodía del Casino a 14,90 €, que ayer constaba de un primer plato de alcachofa crujiente con huevo frito y salsa de xató, un segundo de arroz de los jueves con pulpitos y butifarra y postres de tarta massini, muy bien elaborado por Lluís Bertran en la cocina y bien servido por su mujer Ester en la sala.
Compartí la comida con el amigo Ton Granero, quien tuvo el acierto de elegir un vino tinto joven Camins del Priorat, de la bodega de Álvaro Palacios (me supo mal dejarlo sin terminar y pedí permiso para llevarme el restante de la botella para alegrarme la cena en casa). Previamente, dado que el Snack estaba cerrado, tomamos el aperitivo en el Barmutet, con un vermut de la casa y un sensacional pequeño variado de tapas.
Tras el almuerzo fuimos a fumar sendos Partagás 8-9-8 bajo los porches de la Plaza Mayor, que después de la Piazza dil Campo de Siena, en la Toscana, es una de las más agraciadas a esta orilla del Misisipi. El café, la copita y el puro lo compartimos al aire libre de las terrazas de la plaza con el repostero y activista Quim Capdevila, en un encuentro para mi infinitamente más importante que ser recibido en audiencia por el obispo de Vic. 
Debo reconocer, a pesar de todo, que otras tradiciones persistentes de Vic no figuran entre las mejores. Su gigantesco seminario (en la foto), la factoría eclesiástica de ilustres prelados como Jacinto Verdaguer, Jaime Balmes o Antonio M. Claret, fue construido en el emplazamiento actual en 1949 con contingentes de presos políticos que trabajaron sin sueldo para “redimir pena” y cerró en 1968 por la desproporción entre las instalaciones y los escasos seminaristas. 
Se ha convertido en un ejemplo de dinamización comercial, un reflejo de la evolución de la ciudad que hoy cuenta 42.000 habitantes. Sigue disponiendo de obispo y catedral, pero el seminario ha dejado de ejercer aquella función y ahora alberga una moderna residencia universitaria, un centro de congresos, un hotel de diseño, aulas de formación profesional, dos gimnasios, una hípica, un parking de pago y otras instalaciones cedidas a la gestión privada. 
La propiedad inmobiliaria es del obispado de Vic y este defiende que la amplia finca debe seguir exenta de Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) o contribución urbana, en función del concordato firmado en 1979 por el gobierno con el Vaticano que exime a los inmuebles eclesiásticos, pese a que este ya no se utiliza como tal. Hasta ahora el Ayuntamiento le ha dado la razón.
La moción presentada por el grupo de oposición Capgirem Vic (CUP) se vio tumbada una vez más el pasado junio por la mayoría municipal de Junts pel Sí. Aducía que los usos comerciales del antiguo seminario facturan 800.000 euros anuales y les corresponde un IBI de 90.000 euros. 
Vic se ha modernizado mucho y ha disipado muchas nieblas, sin embargo ayer tuve la clara impresión que el bull de riñones de la tocinería Vilada, los cigarros habanos del estanco Crivillés, los aperitivos en la terraza del bar Snack, la espléndida librería La Tralla trasladada a la plaza Mayor y la vieja librería Costa de la calle Sant Sadurní o el menú del mediodía del Casino a 14,90 € todavía me agradarán más cuando el obispo de Vic se avenga a pagar impuestos como los demás mortales y la mayoría municipal lo avale.

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