23 nov 2016

Ayer dudé en Can Roca entre el menú de 11 € y el de más 300 €

Ayer fui a Girona a comer con el amigo Quim Curbet (la foto es suya) el arraigado menú de 11 € de Can Roca, la casa madre –literalmente hablando— del establecimiento conocido en todo el orbe desde la designación en 2013 de su anexo Celler Can Roca como mejor restaurante del mundo por parte de una revista especializada. Estaba lleno y comí muy bien: patatas rellenas de primero, sepia guisada con albóndigas de segundo y manzana al horno de postres. Coincidió con la trompetería en los principales medios de comunicación sobre el aquelarre de grandes cocineros de alta cocina ditirámbica —los de 300 € como mínimo por comensal— que hoy miércoles tiene
lugar en el Espacio Mas Marroch de Vilablareix (Girona), el establecimiento especializado en banquetes del Celler de Can Roca, con motivo de la presentación de la Guía Michelin 2017 de España y Portugal, la que pone y quita cada año las cotizadas, casi bíblicas estrellas.
Se trata de cocineros y restaurantes que no conozco, aunque me los expliquen con detalle, insistencia y admiración aquellos medios informativos como símbolo de éxito, distinción, creatividad, excelencia y filigrana.
Los tres hermanos Roca que regentan el Celler son la tercera generación de fondistas gerundenses. Su padre, Josep Roca i Pont, nació en Can Reixach, todavía hoy casa de comidas en Sant Martí de Llémena. Era conductor de autobús y a la vez cocinero de pollos al ast y carne a la brasa en la fonda familiar, regentada por la abuela Angeleta Pont. 
La madre de los tres hermanos, Montserrat Fontané i Serra, también procede de Sant Martí de Llémena y su familia se dedicaba igualmente a la hostelería. En 1967 el matrimonio abrió el bar-fonda de carretera Can Roca, en el extrarradio gerundense de inmigrantes de Talaià
En 1986 los dos hermanos mayores, criados detrás del mostrador, abrieron un primer anexo de nueva cocina, El Celler de Can Roca. En 2007 lo trasladaron a un nuevo local más moderno, expresamente diseñado. Posteriormente le añadieron el Espacio Mas Marroch, en Vilablareix, para bodas y demás banquetes, con espectacular cúpula de madera. 
Ayer comí en Can Roca de siempre. El padre tiene 83 años y sigue abriendo cada mañana el local, la madre tiene 80 y aun supervisa la cocina casera que ofrecen. Están cada día, ayer también. Los tres hijos hacen otra cosa. 
Fui a Girona en tren y llevé conmigo un cómodo libro de bolsillo para entretener las esperas en la estación y el trayecto. Era el volumen 22 de la Obra Completa de Josep Pla, titulado Lo que hemos comido. Lo abrí al azar para leer un rato durante el regreso y en la página 87 vi que decía: “La cocina lujosa, única, excepcional, basada en algún romántico sacrificio, en algún esfuerzo inusitado, en algo nunca visto, es una fuente de grandes desilusiones y desengaños. La cocina es perfectamente compatible con algo de decorativismo exterior, pero de ahí no se pasa. La cocina, toda forma de cocina, es limitada. Convertir las liebres en gatos y los gatos en liebres, por razones de distinción, esnobismo o romanticismo, es un error total, un impresionante disparate. En la cocina el trasfondo de normal demencia humana es inimaginable. En todas las cosas de la vida se puede hacer un poco el loco. En la cocina, jamás”.
Tal vez se piense que Josep Pla no está al día, igual que el menú de 11 euros en Can Roca de siempre, sin embargo yo me lo pasé bien con uno y otro. No soy el único, ni mucho menos.
Algunos contrastes entre lo viejo y lo nuevo resultan reveladores, aunque primero deberíamos ponernos de acuerdo sobre qué es viejo y qué es nuevo. Algunas páginas de Josep Pla y el menú de 11 euros en Can Roca de siempre para mi también simbolizan de una idea de éxito, distinción, creatividad, excelencia y filigrana.











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