15 feb 2017

Recuerdo, cada vez más vago, de una de las amantes del rey

Mientras escribíamos a cuatro manos el libro Roma, passejar i civilitzar-se, Rossend Domènech me llevó a casa de una dama de la alta sociedad romana, a las afueras de la capital, sin explicarme por qué. Era la condesa Olghina di Robilant, quien nos condujo en su coche a la residencia de otro miembro de la nobleza romana. Allí participamos en un distendida pero enigmática comida, junto a uno de los primos italianos del rey Juan Carlos, Marco Torlonia y de Borbón, que no paraba de llamarle Juanito. La condesa no se apuntaba tanto, aunque asentía con interés. La sobremesa resultó larguísima, hasta el anochecer. Ningún elemento de aquella comida sirvió para la redacción en curso de nuestro libro sobre Roma, a pesar del interés que Rossend Domènech atribuyó al encuentro. Con el paso de los años empecé a entender un poco. El semanario italiano Oggi divulgó extractos literales de las cartas de amor del año 1957 entre Olghina di Robilant y Juan Carlos de Borbón. Acto seguido aparecieron más cartas de los mismos
protagonistas, algunas en tono dolido por parte de la condesa.
Rossend Domènech publicó en la prensa barcelonesa un reportaje a propósito de aquel encendido amor imposible de juventud. Yo escribí otro artículo, que el director del diario donde colaboraba por aquel entonces consideró más prudente no publicar. 
Las cosas han cambiado en este aspecto durante los últimos años. Ahora se escribe más abiertamente, con nombre y apellido, sobre las relaciones extraconyugales del rey emérito y el precio que costaron al erario público, al menos sobre las que superaron la fase meramente esporádica. 
La condesa di Robilant escribió las memorias, editadas en 1991 por Mondadori con el título Sangue blu. La prensa de su país reprodujo extractos de aquellas cartas de amor, con fotos de la autora junto a Joan Carles en la época de su trato. La atractiva imagen de walkiria de Olghina di Robilant había estado muy presente los años 50 en los ambientes de la dolce vita romana, antes de convertirse en cronista de ecos de sociedad. 
Fue la organizadora de la fiesta de aniversario del 5 de noviembre de 1958 en el famoso local nocturno romano Rugantino, donde la bailarina Aïché Nana acabó realizando el strip-tease que luego reprodujo la actriz Nadia Gray en la película La dolce de vita, de Federico Fellini. El eco escandaloso de aquella y otras fiestas llevó a Olghina di Robilant a los tribunales, así como a la marginación de los círculos más convencionales y puritanos de la nobleza. 
No sabía nada de toso eso el día en que almorcé con ella y otros representantes de su brazo en las afueras de Roma. La escuché hasta el anochecer hablar de vaguedades. Siempre he lamentado que Rossend no me informase previamente de la historia de Olghina di Robilant y del auténtico interés del encuentro. Con el paso de los años se me va desdibujando la historia de la condesa que no supe entender cuando intentó explicármela en persona, ni que fuese de forma tan elíptica.

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