25 may 2017

Divagaciones de sala de espera de aeropuerto sobre la belleza

Sentado en la sala del aeropuerto junto a un colega de viaje, miramos pasar a la gente durante las horas lentas de espera. Aburridos en la butaca, divagamos sobre la belleza, aplicada a las mujeres que vemos desfilar. Con los ojos entrecerrados, nos parece que algunas transportan sobre su paso cadencioso auténticas Venus, enriquecidas con el soplo de la materia viva que siempre faltará a las mejores estatuas. Concluimos que la realidad, entre muchas otras manifestaciones contradictorias suyas, ofrece a veces imágenes más evocadoras que las mejores obras expuestas en los museos. Mi colega intenta reprimir el entusiasmo con un escepticismo fatigado. Le replico que la excepcionalidad admite imperfecciones, incluso las recomienda como
garantía de veracidad frente a los trucajes. La perfección no ha sido nunca un requerimiento de la belleza. Ignoro en qué consiste la perfección, más bien tiendo a pensar que es una evasión del compromiso con la realidad, una abstracción interesada.
Las evasiones de la realidad siempre me han despertado un mecanismo de prevención. El talento humano radica en capear la imperfección de la mejor forma posible, con los medios al alcance. El atractivo es un impulso alimentado per elementos muy variados. No siempre son los más evidentes ni se ven valorados de la misma forma por todo el mundo. 
La belleza constituye algo subjetivo, más ligado a la predisposición que a la ingeniería. No debe abusarse de la belleza. Uno debe convivir con muchas medianías y mostrarse condescendiente. Si la excepción llega, no siempre desea estabilizarse o no sabe decaer con turgencia de espíritu. Entonces dimite o huye. Le añado, para rematar, que deleite tiene la misma raíz etimológica que delirio y que Ulises se ató al palo mayor de la nave para no sucumbir al canto de las sirenas, aunque decidió no taparse los oídos porque quería saber cómo sonaba. 
El vuelo delayed que esperamos aparece de pronto en la pantalla de salidas anunciadas. Abandonamos precipitadamente nuestra divagación, con la sensación de que las horas de aeropuerto, las contemplaciones divagatorias y las conversaciones entre colegas no siempre son tiempo muerto. O quizás sí, irremediablemente.

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