13 jul 2017

Los elefantes de Aníbal no pasaron por La Junquera

Los elefantes del ejército cartaginés de Aníbal en ruta contra Roma a través del Mediterráneo ibérico son la imagen de impacto de una guerra de proporciones insólitas que determinó por completo el futuro histórico de toda la región. Tal vez sean la anécdota, pero reflejan hasta hoy la magnitud de un despliegue nunca visto. La ciudad de Cartago se había convertido en auténtico imperio, tras ser fundada 700 años antes por comerciantes fenicios en el litoral del actual Túnez. Los cartagineses empezaron a ocupar militarmente el sur de la península Ibérica el año 237 aC a partir del viejo puerto fenicio de Gadir (Cádiz), para compensar la pérdida de Sicilia a raíz de la primera guerra púnica. El tratado entre Roma y Cartago del año 226 aC cedía a los cartagineses toda la costa mediterránea ibérica hasta el Ebro. Aníbal rompió el pacto el año 218 aC, atravesó el Ebro y emprendió la marcha contra Roma
con un despliegue militar inaudito.
Resiguiendo el curso del río Segre y pasando por Llivia, el fabuloso ejército de Aníbal, que algunos historiadores cifran en 100.000 hombres, franqueó los Pirineos en mayo de aquel año 218 aC por el Coll de la Perxa (Cerdanya). Evitó los núcleos del litoral como Empúries, aliados con los griegos y los romanos.
Los 37 elefantes de la expedición eran auténticas unidades blindadas de la caballería de la época, con los flancos protegidos por placas metálicas y coronados por una torreta desde donde actuaban arqueros y lanceros. El recurso militar a este tipo de grandes paquidermos ya fue utilizado por los persas un siglo antes contra Alejandro Magno. 
Tras atravesar los Alpes nevados y la primera batalla contra los romanos en el norte de Italia, a Aníbal le quedaron solo 7 elefantes, de los que 6 perecieron poco después en sucesivos enfrentamientos. El único superviviente lo empleó para hacer entradas triunfales en las ciudades italianas que conquistaba. Más determinante que los espectaculares elefantes fue la introducción en Europa de los pequeños y robustos caballos bereberes por parte de los númidas de Aníbal. 
La expedición representó una gesta insólita para las poblaciones locales y dejó una huella legendaria. Veinte siglos más tarde aun la evocaba Jacint Verdaguer en el poema épico Canigó, a través de la hada Mirmanda:

Cent elefants segueixen, com serres que caminen.
Damunt el més altívol, en torre cisellada,
Hanníbal atravessa la immensa serralada;
al veure'l jo dels núvols baixar, a no ser fada,
de genollons en terra l'hauria pres per déu. 


Historiadores como Lluís Pericot en 1934 o Adolf Schulten y Pere Bosch Gimpera en 1935 publicaron trabajos sobre el paso de la expedición por la Cerdanya, aunque los elefantes de Aníbal seguían alimentado muchas fantasías, como la descrita con lujo de detalles por Pella i Forgas en 1883 en Historia del Ampurdán a través de un supuesto itinerario por Figueres, Peralada, Espolla y Requesens. 
La primera expedición enviada nunca por Roma a la península Ibérica llegó en verano de aquel año 218 aC al puerto de Empúries, con unas 150 naves y unos 20.000 hombres, comandada por el joven general Gneo Cornelio Escipión. La misión era combatir las bases ibéricas de Asdrúbal, hermano de Aníbal –quien ya se encontraba en Italia-- y cortar el suministro que recibía desde su retaguardia en Iberia. 
Empúries se convirtió en primera cabeza de puente nunca utilizada por Roma en Iberia, el punto de entrada de la profunda romanización de los siglos siguientes. La expedición romana atacó el campamento cartaginés instalado en la ciudad ibera que Polibio llama en griego Kissa y Tito Livio en latín Cissis. 
Lo conquistó y estableció el cuartel de invierno del ejército romano en la ciudad que ambos autores llaman ya Tarraco, en lo alto de una colina litoral junto a la desembocadura del río Francolí, separado del oppidum o poblado ibérico existente en el mismo lugar. Tarraco se convertiría en puerto de llegada de los refuerzos y suministros de Roma durante los doce años de la segunda guerra púnica y también a continuación.
Hasta entonces la Roma en ascenso no había tenido intereses en territorio ibérico. A partir de ahora los tendría definitivamente. 
Aníbal condujo la segunda guerra púnica ad portas de Roma, atravesando los Pirineos, el Ródano y los Alpes con sus elefantes y derrotando al ejército romano en cuatro batallas seguidas en la península Itálica. Pese a la inexistencia de fuentes documentales cartaginesas, es conocida la leyenda del enrolamiento de Aníbal a los 9 años de edad en el ejército de su padre Amílcar Barca. El progenitor le hizo jurar odio eterno a los romanos.
Lo cumplió con creces. También los romanos, que no dejaron piedra sobre piedra en Cartago, reducida a cenizas y sembrada de sal para borrar del mapa y desterrar de la historia a la civilización cartaginesa. 
Los romanos derrotaron la retaguardia de Asdrúbal cerca de Sagunto el año 217 aC y se apoderaron de Carthago Nova (Cartagena), la capital púnica peninsular. También tuvieron que enfrentarse a los iberos rebeldes, encabezados por los hermanos ilergetas Indíbil y Mandonio.
Fue preciso que Roma enviara refuerzos comandados por el general Claudio Nerón a través del puerto de Tarraco y, poco después, el grueso del ejército dirigido por Publio Cornelio Escipión. Tras varios despliegues en territorio ibérico e itálico, Publio Cornelio Escipión, llamado Escipión el Africano Maior, derrotó a Aníbal en la batalla de Zama (Túnez) en 202 aC. 
Ganada la segunda guerra púnica, el Senado de Roma envió a Hispania el año 197 aC a los magistrados que debían establecer el límite provincial de su nuevo dominio. La revuelta armada de los iberos de la Citerior contra los abusos de los nuevos ocupantes forzó a Roma a enviar a través del puerto de Empúries el año 195 aC un nuevo ejército, comandado por el cónsul Marco Porcio Catón. 
La tercera guerra púnica fue mucho más corta, solo tres años. La derrota cartaginesa del 146 aC resultó definitiva. El imperio romano desembarcó en el norte de África para cumplir la obsesión expresada en la frase que repetía Catón: "Delenda est Carthago" (Es preciso destruir Cartago).
La ciudad fue destruida, aunque un siglo más adelante se reconstruyera como urbe romana y diese algún emperador de antigua ascendencia cartaginesa como Septimio Severo. Las últimas huellas del legado cultural cartaginés –tan helenístico como el romano— solo se borraron con la tercera destrucción de Cartago, 700 años más tarde, por parte del Islam. 
Los romanos que desembarcaron en Empúries y Tarraco para hacer frente a los cartagineses, decidieron quedarse.

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