21 jul 2017

Túnez: eco y rastro de Cartago, primavera y ocaso de la democracia

Túnez podría llamarse perfectamente Cartago. El país ocupa el territorio de aquella “Roma africana”, la civilización que osó plantar cara al Imperio romano y perdió. No quedó piedra sobre piedra, después de las tres guerras púnicas en que disputaron la hegemonía. Hoy es el país musulmán del Mediterráneo que recibe más turistas, pese a ser uno de los más pequeños en extensión. El hecho es deudor de la apertura de fronteras y de pensamiento que implantó el primer presidente de la independencia, Habib Burguiba, en el cargo de 1957 a 1987. La colonización francesa dejó
trazas visibles en el urbanismo de la capital y la práctica del idioma. Tanbién la proximidad de las costas españolas e italiana. La isla de Yerba, principal destino turístico, fue conquistada en 1284 por el almirante Roger de Lauria para el rey Pedro III de Aragón. A continuación, el capitán y cronista ampurdanés Ramón Muntaner la gobernó de 1313 a 1320.
Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón y de Nápoles, la reconquistó al sultán en 1432, en la época de la expansión catalana en el Mediterráneo. Ramón Llull predicó aquí, en tres viajes de 1292 a 1315. El franciscano mallorquín apóstata Anselm Turmeda está enterrado en la capital tunecina, en una tumba todavía hoy visible en el zoco de los Guarnicioneros. 
Una parte de la novela de Baltasar Porcel Les pomes d’or transcurre en la isla de Yerba. La influencia italiana resulta fácilmente audible por la calle, a través de los canales de televisión que sintonizan los tunecinos. Claudia Cardinale nació en Túnez de padres italianos. También el exalcalde socialista de París Bertrand Delanoë nació y se crió aquí. 
El centro urbano de la capital ofrece caras distintas entre las grandes avenidas y el barrio histórico de la Medina, dedicado al artesanado de consumo turístico, dentro de un entramado de calles más restaurado que en otras casbahs de países vecinos. El zoco es una auténtica galería comercial, un mall de primera generación, un destilado de siglos del arte de regatear. 
Túnez está hermanada con Barcelona desde 1969. Al año siguiente el alcalde Porcioles dio el nombre de Plaza de Túnez al espacio liberado por el traslado del terreno de fútbol de Les Corts del FC Barcelona. Con aquel nombre fue inaugurada, antes de que los terrenos se vieran recalificados, pasasen de zona verde a edificables y se levantara el gran conjunto inmobiliario de la calle Numancia esquina Travesera de les Corts. La plaza de la estación ferroviaria central de la capital tunecina recibió el nombre de Plaza Barcelona, en cambio de la Plaza de Túnez barcelonesa no se habló más. 
Las ruinas de Cartago se pueden recorrer a escasa distancia de la capital, gracias a un enjambre de guías espontáneos. Sin embargo la sentencia proferida por el viejo Catón en el Senado romano Delenda est Cartago (Cartago debe ser destruida) fue ejecutada al pie de la letra. Los vestigios visibles son de época posterior, mucho más romanizada. 
Una gran albufera de aguas bajas separa la capital del mar abierto. Ya no es la “pequeña Alejandría” cosmopolita, ahora tiene otros problemas. La primera de las “primaveras árabes” contra los gobiernos corruptos se desencadenó en 2010 en Túnez. Aquí los manifestantes reclamaban “Amal, hurriya, karâma wataniyya” (Trabajo, libertad, dignidad nacional), pero no tuvieron más suerte que las demás en el objetivo de avanzar hacia un Estado democrático moderno. 
Cayó la dictadura del presidente Ben Alí, se relevaron diferentes gobiernos electos, pero persistieron los mismos problemas. El terrorismo islamista, empujado por el islam más radical, se encarniza de ven en cuando contra las instalaciones turísticas para occidentales acomodados. 
Recibieron el premio Nobel de la Paz en 2015 las cuatro organizaciones tunecinas (el sindicato UGTT, la patronal, la Liga de los Derechos Humanos y el Colegio de Abogados) que impulsaron la transición hacia una democracia pluralista, posteriormente truncada. El pasado año el ministro de Finanzas de los dos primeros gobiernos post-dictadura, Jalul Aied, resumió en pocas palabras: “No se necesita mucho dinero para reestructurar la administración ni el sistema educativo, se necesita voluntad y visión política. Los socios principales de Túnez, es decir Europa, no han hecho prácticamente nada para que la democracia tunecina sea un éxito. No lo podrá ser si no hay prosperidad que consolide la democracia y democracia que consolide la seguridad. Salvo que no se desee que Túnez tenga éxito. La democracia no siempre es bienvenida”.

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