24 nov 2017

La muralla ibera de Ullastret ofrecía ayer el color dorado de la miel

Hace 2.600 años los iberos de Ullastret (Baix Empordà) construyeron la muralla alrededor de su poblado con estos sillares, a los que sol de la primavera de invierno imprimía ayer el color dorado del pan, el matiz de la miel, la tonalidad viva de la yema de huevo, la suavidad de la piel de melocotón, el rubio de la crema quemada... Deambulamos a sus pies con el prehistoriador Josep M. Fullola Pericot (en la foto), guiados por el actual director del yacimiento, Gabriel de Prado, y el arqueólogo Ferran Codina. No sé por qué le llaman "poblado" de Ullastret. En realidad esta ciudad ibera tenia el siglo VI aC unos 6.000 habitantes y el actual municipio de Ullastret tiene 300... Ayer los recorrimos ambos. Tal vez no haya tanta diferencia entre el yacimiento
arqueológico y las calles de hoy, unidos por un factor en común: la extraordinaria belleza del paisaje.
Ullastret no es solamente el yacimiento ibérico más extenso y excavado de Catalunya. El recinto abierto al público también es uno de los mejores paseos del interior ampurdanés, uno de los miradores más recomendables de los colores palpitantes del llano en cualquiera de las estaciones del año. Tempo atrás no estaba tan bien arreglado, ahora reluce. 
Se excava desde 1947, cuenta desde 1961 con un pequeño museo que expone los hallazgos, puesto al día en 1996. También ofrece un nuevo montaje audiovisual en 3D, que reconstruye para el público no especializado la realidad de tres milenios atrás. 
Siempre me ha parecido digno de aplauso que los monumentos del pasado se pongan al día, que pretendan ser atractivos a los visitantes de hoy, en especial los más jóvenes. La arqueología, las ruinas, no tienen que dar pena por definición, como pretendían los románticos melancólicos. Las ruinas necesitan muchos montajes audiovisuales en 3D como el de Ullastret. 
Cuando algunos visitantes salen de la sala de proyección y se encaran de nuevo con el paisaje ampurdanés que rodea el yacimiento, es posible que piensen como yo en la Toscana y en Piero della Francesca. Habrán entendido que los iberos no eran unos salvajes en taparrabos, sino una civilización con lengua y escritura propias, desarrollo urbanístico y estructura política. Después, seis siglos después, llegaron los romanos. 
El handicap del yacimiento ibero de Ullastret en comparación con el grecorromano de Empúries, situado apenas a una veintena de kilómetros, siempre ha sido no disponer del Mediterráneo para besarle materialmente los pies. Eso no es más que un viejo prejuicio, superado por la actual habilitación del recinto. 
Ullastret estaba rodeado de grandes lagunas y marismas navegables, que hoy son campos de cultivo cuidadosamente trazados y labrados, de tonalidades cambiantes a lo largo del año. La acrópolis de Ullastret tiene a su alrededor un bellísimo Mediterráneo de tierra. 
A la salida del recinto fuimos a comer al no menos histórico restaurante Ibèric de la localidad, abierto en el ya lejano 1978 por Tomàs Cateura y su mujer Pepita Gálvez. Ahora lo llevan los hijos, aunque Tomàs todavía ronda por ahí, como los iberos.

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